miércoles, 7 de enero de 2015

Jhericó y los habitantes de la noche -capítulo 2-

  Jhericó abre la cortina para acceder al local y se lleva una sorpresa; el antro no es tal, por fuera no difiere en nada de los garitos nocturnos que conoce tan bien, pero por dentro es como una sala de fiestas de lujo. Algo le dice en su interior que la cosa va a ir a peor.
  Por un momento siente la tentación de retroceder, pero la razón le desaconseja tal medida. Tras echar un vistazo de soslayo al exterior, hace una mueca de desconcierto mientras se dice: "¡Qué demonios! una copa no me irá mal".
   Cuando accede al local comprueba lo variopinta que es la parroquia; hay un elenco de personajes que no sabría describir, pero echa en falta lo más granado de la noche: putas, chulos, asesinos, macarras y, sobre todo, panolis a los que chingar.
 Sin estar lleno, el local se ve bastante concurrido, pasea su vista en busca de una mesa donde sentarse, entonces cae en la cuenta de que  no hay ventanas al exterior: "mala cosa" piensa. Tampoco hay salida de emergencia, así que la única entrada-salida que aparece a la vista es por la que ahora mismo está de pié. Hay también una puerta doble detrás de la barra, "seguro que el almacén tiene salida al exterior" se dice para sí. Así que la mesa ya está elegida: la que queda libre al final del mostrador, además queda entre sombras por el anfiteatro que hay justo encima. Entonces se da cuenta de la gran altura que tiene el techo, ¡eso es, pues claro! es un cine reconvertido en sala de fiestas, pero la entrada se la han dado por la calle trasera... algo empieza a dar vueltas en la cabeza de Jhericó, pero no alcanza a comprender qué es.
     Jhericó toma asiento acercando la silla un poco más a la pared, lo que le ofrece una buena vista del salón a la vez que el anfiteatro que queda encima de él le deja en penumbras, algo que agradece de inmediato.
     La música se apaga de golpe y las luces se atenúan hasta casi hacerse la oscuridad. tras unos segundos en los que Jhericó temió lo peor, unas grandes cortinas se recogen y aparece ante él la más hermosa de las mujeres, envuelta en un haz de luz que la hace parecer un ángel, rompiendo el silencio el maestro de ceremonias la presenta:

                      - ¡Señores y Señoras con todos ustedes Mademoiselle Chantal...! -dice presentando a la estrella con un marcado acento francés.

  Mademoiselle Chantal, con una piel tan blanca como el nácar en contraste con el traje rojo carmín palabra de honor ceñido a su pecho, enguantada al estilo "Gilda", con unos labios carnosos a juego con el vestido y unos ojos tan negros como el destino de quien se atreva a compartirlos. Mesa su larga cabellera, Negra azabache, pasando la mano desde su frente hasta más de media espalda y comienza a cantar en un sensual francés, una canción en la que arrastra las sílabas lenta, sensualmente, mientras agarra el micrófono como si de ello dependiera su vida, y quizás sea así.
   El silencio se adueña de la sala mientras Mademoiselle Chantal se contorsiona a la vez que va desgranando las aventuras de dos enamorados de la noche: ella prostituta, él un alma atormentada por el amor de una mujer imposible, y cuyo final es tan sangriento como el color carmín de los labios que lo cantan. La sensual cantante se acerca, micrófono en mano a la mesa de Jhericó, se lleva el dedo a la boca. lo besa y se lo pasa por los labios a Jhericó mientras le guiña un ojo. Jhericó se deja hacer hasta que la cantante vuelve sobre sus pasos y termina la actuación justo cuando recibe de alguien del público una rosa roja: la huele, se la prende entre sus senos y termina haciendo una reverencia a la vez que por el rabillo del ojo mira a Jhericó guiñándole un ojo cómplice.
   Los aplausos no se hacen esperar y tras unos minutos de comunión entre público y cantante, las luces vuelven para quedarse mientras las cortinas se recogen y el ruido mundanal se hace dueño y señor de nuevo del local.
  Jhericó coge de la mano a la camarera que pasa en ese instante por su lado, la mira a los ojos, aunque estos le hayan dado un repaso a su generoso escote. y con una sonrisa le dice:

                     -Para mí una botella de Bourbon, Jack Daniels a ser posible y para Mademoiselle Chantal el mejor Champagne que tengas...

                     -Y dime... ¿Qué tiene ella que no tenga yo? - le dice a Jhericó la camarera mostrándole el generoso escote que poco deja a la imaginación.

                     -No lo sé aún, pero si quieres, deja la bandeja y ponte una copa, no soy celoso -contesta Jhericó guiñándole un ojo.
  La camarera se aleja entre sonrisas mientras Jhericó ve como la sensual cantante hace una entrada triunfal en la sala acorde a su actuación y es agasajada por varios caballeros. Ésta busca la mirada de Jhericó y él acomoda una silla a su lado. Cuando Jhericó ve la sonrisa en la cara de Mademoiselle Chantal, le asalta una sensación a la que está acostumbrado: "Cuanto más hermosa es la mujer, más peligrosa". Un morbo indescriptible le asalta acallando toda señal de peligro, eso queda para después...

2 comentarios: