sábado, 21 de junio de 2014

Ley de vida.

     Me senté entre mis propios pies, sin mirar a nadie, pues nadie había más que yo. Y mi mundo se vino conmigo para enseñarme de nuevo que existo. El mar, embravecido, va golpeando la base del acantilado una y otra vez, y otra vez más, y el aire fresco y húmedo va quedando en mi cara para fijar mi vista en el fondo de ese precipicio que se ha abierto ante mis pies, ante mí. Y la Luna abre un camino de plata, se me ofrece cual madre asustada, asustada y con la angustia de la desesperación, yo la miro, como Jesús mira a los ojos del desvalido y me sonríe, a mí me sonríe, porque yo estoy solo en el borde del precipicio, y lo sé porque nadie más acompaña mis pensamientos. Sentado entre mis pies, con la vista clavada en el fondo del precipicio, me levanto como se levantan quien todo lo tiene ganado y su vida le acompaña para mostrarse tal cual es: «Un acantilado, cuya base la mar golpea una y otra vez . . . y otra vez más. Sin piedad»



3 comentarios:

  1. Todos alguna vez hemos estado en sitios parecidos Paco.
    Un abrazo y feliz domingo.

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  2. Hola Paco, tantas lunas!!!
    Tu poético y bien tejido relato me ha sensibilizado mucho y es que refleja algo y un todo de las sensaciones que casi todos vivimos en mayor o en menor grado. Y es que en esta realidad, la soledad e inestabilidad son fantasmas que nos atormentan pero que también nos hacen falta para valorar lo hermoso que viene.

    Un abrazote!

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  3. Que la vida no golpee tu estabilidad, Paco. Recuerda que todos los malos tragos son pasajeros y tras la noche llega de nuevo el amanecer. Aquí, a esta altura, el mar se estrella en el acantilado continua y constantemente, pero poco más allá se frena hasta hacerse espuma en la arena de una dorada y recoleta playa. ¡Ánimo, el mundo es tuyo!
    Un fuerte abrazo.

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