Son mis alamedas tan aviesas
que soñando despiertas me dejan
paso, a pié y medio de la nada
vereda abajo, yendo de sobrado
el sendero me van ensanchando,
y de paso, camino en medio,
las historias se van versando.
Robles viejos y fuertes álamos,
sonetos de los besos sellados
con albas de la luna escarchada
que, caprichosa ella, relame
en las copas dejando al aire
vestido de gala: oro y grana.
La arboleda, niña traviesa,
juega a las cuentas con cuartetos,
robando a quintetos y seguidillas
sus sentidos, rimas y secretos.
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