El Kenwuo abre su enorme y potente boca en una demostración de fuerza, mira fijamente a Jhericó, que se haya plantado frente a él sin inmutarse, y lanza un aullido aterrador que hace acallar los murmullos dentro del restaurante. El silencio de la noche marca ahora los tiempos y los dos contrincantes quedan frente a frente sin que ninguno tome la iniciativa y, por contra, tampoco dan un paso atrás. Un nuevo estallido hace que la sangre de los presentes se hiele a la vez que el cartel del restaurante se apaga para dejar la calle totalmente a oscuras, sólo el cuerpo de Jhericó se vislumbra con el reflejo de las luces que salen a través de la cristalera del restaurante como dardos lanzados al azar sin destino fijo.
Una sombra se mueve en la obscuridad y Jhericó, con un movimiento tan rápido como imperceptible para los clientes del restaurante, porta en su mano a "Gabriel", su katana, adoptando la postura de defensa y alerta ante un ataque: pies flexionados levemente, cuerpo relajado con la espalda recta, y su katana cogida con ambas manos dejando la empuñadura a la altura del pecho desplazada a la derecha a la par de su hombro.
Jhericó se haya ahora preparado para entrar en combate; la sombra se hace visible y unas alas tan negras como la noche, baten el aire dejando en el suelo a un ser magnífico a la vez que aterrador, el Kenwuo se convierte entonces en un perrito faldero al rededor de su dueño.
Jhericó permanece inmóvil con la vista fija en la criatura, ni un pestañeo por parte de los dos contrincantes. La diabólica figura levanta una mano y como por arte de magia se forma una ventolera que levanta polvo y papeles del asfalto como si fuese un gran ventilador; el chisporroteo que produce al estallar el último de los tubos fluorescentes del cartel de la fachada del restaurante deja a la vista de Jhericó una enorme bandada de seres que aletean al unísono en la oscuridad de la noche a la espera de una orden. El único gesto que delata la impresión que esta imagen produce en Jhericó es el movimiento de su galillo al tragar saliva.
Un coche hace su aparición en la calle, el conductor deslumbra a la criatura, y al verla pierde el control del vehículo que termina estrellándose contra la acera empotrando el morro en un hidrante. El desconcierto es total y los clientes del restaurante salen despavoridos a la calle en un intento de escapar pero la respuesta de las criaturas es inmediata y los clientes del restaurante enseguida son atacados por las criaturas en un cuerpo a cuerpo cuyo desenlace es rápido y mortal para los pobres humanos. Una de las criaturas se acerca a Jhericó y éste no se hace de rogar: le asesta un tajo tan fuerte en el ala izquierda que ésta se desprende del cuerpo de la criatura mientras cae al suelo, entonces, el jefe de la horda suelta un alarido de dolor infrahumano que hace que todo se pare y el silencio se adueñe de la calle en medio de la batalla. Jhericó mira a la criatura herida y ésta intenta golpearle con el ala derecha, Jhericó mueve tan rápido a "Gabriel" que la cabeza del ser alado no se separa del cuerpo hasta que la criatura no cae hacia detrás ya muerta. El cruce de miradas entre el jefe de las criaturas y Jhericó no hace sino más que aumentar la indignación del monstruo, para entonces, todos los clientes que salieron del restaurante se encuentran en el suelo en medio de un gran charco de sangre que parece inundar toda la calle, Jhericó vuelve a adoptar la posición de defensa con su katana señalando al jefe de los seres alados y éste da la orden al Kenwuo de atacar. Jhericó saca un shuriken, tan rápido, que al perro, cruce con el Diablo, no le da tiempo a cerrar su enorme boca, tan temible a la vista. y el disco de acero tan afilado como una navaja corta su lengua y se incrusta en su paladar, el segundo shuriken sesga la yugular del perro, con tanto acierto que cae desplomado, sin vida, ahogado en su propia sangre.
Dos coches de policía, precedidos por sus sirenas aparecen como un estruendo dando luces y llevándose por delante los cuerpos mutilados de los pobres diablos que intentaron escapar, frenan delante del restaurante y cuando salen de sus coches, armados hasta los dientes lo único que ven es a un gigantón vestido de negro con una katana en la mano, en el suelo una criatura salida de una película de miedo desmembrada y un montón de cuerpos destrozados que se aparecen en una sangrienta escena delante de sus focos.
Jhericó enfunda su katana, mira hacia el cielo de la ciudad, da media vuelta y su mirada se dirige hacia la cristalera del restaurante, una sonrisa cruza su cara mientras guiña un ojo a Tina.
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