la frontera se ha llenado de soldados bien pertrechados y armados hasta los dientes. Julio, con el hatillo al hombro y cara de circunstancias, se acerca hasta la misma línea de la frontera como cada tarde a la vuelta de su trabajo. El soldado apostado en la garita se echa el fusil a la espalda y se le acerca levantando su mano derecha.
- ¡Alto! ¿Dónde va usted?- Le grita el guardia al pobre campesino.
- No, si yo no voy a ninguna parte . . . Vuelvo.
Sonrisa con estas letras.
ResponderEliminarUn abrazo Paco.
POsiblemente volviera a casa. besos.
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