martes, 5 de agosto de 2014

Gabry -Capítulo 1-

    
       El viento cesó de pronto y todo quedó en calma, el silencio se hizo dueño de la jungla. Marcos, el guía, un tipo seboso y sudoriento, con un gran bigote negro como sus entrañas y unos dientes tan amarillos como el incisivo de oro que mostraba en su sonrisa a cada momento, sacó su pañuelo del bolsillo para enjugar el sudor de su frente, lo dobló con extremo cuidado y volvió a meterlo en el bolsillo.

                     —Algo va mal, esto no me gusta.  ¡Malditos hijos de la gran chingada!—gritó blandiendo su machete al aire mientras miraba hacia las copas de los arboles—¿Dónde estáis? ¡Salid de vuestro escondite!

  Toda la expedición se paró expectante ante la reacción de Marcos, para ellos nada había cambiado salvo el silencio que reinaba a su alrededor y que el fuerte viento que les había hecho tan fatigosa la marcha había cesado repentinamente.

                   
                    —Oiga . . . ¿Qué le ocurre? ¿Ha cogido una insolación o algo así. . .?—le pregunta una de las chicas de la expedición, mirando al guía, extrañada por su repentina salida de tono.



                    —¿Y vosotros qué sabéis de ná? ¡Maldita sea mi estampa! ¡Volvemos al Jeep! ¡Vamos, rápido!—Grita Marcos, tembloroso, dando media vuelta para situarse en cabeza de la expedición.



                    —Oiga. ¡De eso nada, nos ha cobrado un pastón por llevarnos hasta el cenote y lo hará, le gusta o no!—Le grita en su misma cara Peter, al guía, interponiéndose en su camino.



                    —¡Óyeme pendejo!  Si queréis ver el cenote, está justo detrás de esa roca que ves ahí delante—le espeta en su misma cara Marcos a Peter, señalando con su brazo una gran roca que lleva tallada algunos dibujos de aspecto pre-colombino—. Yo me voy. ¿Me oíste puto de mierda?—le dice Marcos, el guía, mientras apunta a la nariz de Peter con un revolver que ha sacado de su pistolera.



                    —Vale, vale, tampoco hay que sacar las cosas de quicio—responde Peter separándose de Marcos lentamente con las manos arriba.



  El resto del grupo se apartan a ambos lados del camino para dejar paso al cada vez más asustado guía, que no para de mirar a todos lados con los ojos muy abiertos.
   Marcos levanta su mano izquierda para dar la orden de marcha y, cuando mira hacia detrás, nota como un empujón que casi le derriba, a pesar de su corpulencia. Apenas nota el reguero de sangre mezclada con sudor que empapa su camisa, sus ojos se abren describiendo una orbita mortal y cae inerte al suelo atravesado por una lanza que le sale por el costado. Toda la expedición se queda perpleja ante la visión del guía muerto en el suelo en medio de un gran charco de sangre que en sólo unos segundos se ha cubierto de moscas. Irene, una de las tres chicas que componen el grupo junto a los otros tres chicos, suelta un grito de terror que hace saltar las alarmas en la jungla. Como un torbellino salido de la nada; pájaros, insectos y toda clase de animales salen en estampida dejando la jungla aún más silenciosa y tétrica, para cuando el grupo quiere reaccionar todos están atravesados por sus respectivas lanzas, desparramados en el camino entre un charco de su propia sangre, todos menos Irene, la única del grupo que ha reaccionado a tiempo para salir corriendo como alma que lleva el Diablo e internarse en la jungla en un intento desesperado de salvar su vida. No tardó mucho en comprobar que eso es imposible cuando tus atacantes son precisamente las sombras de la jungla. El palo, en forma de porra, le alcanzó las pantorrillas y la derribó de forma brutal en su loca carrera hacia ninguna parte.
  Cuando despertó Irene; una indígena muy pequeña de estatura, con unas diadema de hojas que le recogía su negro y largo pelo, le estaba acariciando el vientre mientras su sonrisa mostraba su desbastada dentadura. Extrañada por las atenciones de la indígena miró su hinchado vientre: ¡Estaba embarazada! Trató de levantarse desesperadamente pero entonces la sonriente indígena le acarició el pelo mientras abría su mano mostrando un extraño polvo blanquecino que sopló directamente a su cara, todo se volvió oscuro lentamente, sólo quedaron reflejadas algunas preguntas en su mente que quedaron sin respuesta:  ¿Cuánto tiempo había estado inconsciente? ¿Dónde estaba? ¿Qué le habían hecho?. Y sobre todo la última de esas preguntas que hizo que su cuerpo tuviese una convulsión antes de caer en el abismo de la oscuridad . . . ¿De quién era el hijo que llevaba en su vientre . . .?























































4 comentarios:

  1. Querido Paco, seguiré tu relato con el mismo interés de siempre. El tiempo de verano es una estación propicia para dejar la mente en libertad, para hacer de la imaginación la loca de la casa. Un fuerte abrazo.

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  2. Amigo José Luis, quería hacer una novela más seria, de hecho lo he intentado, pero no estoy en mis mejores momentos y, a pesar de estar en el paro, no paro, valga la redundancia. He empezado con este relato para obligarme a escribir todos los días, pues para sacar un capítulo tengo que trabajar bastante, aún así es lo que me gusta. Un fuerte abrazo.

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  3. YO también seguiré tu relato atentamente.
    Un abrazo.

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    1. Amigo Rafael, Gracias por adelantado, tus entradas siempre me han dado un empujoncito para seguir, y cada vez que te leo encuentro ese duende que te "sopla". Un fuerte abrazo.

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