-Mamá, ¿Qué está mirando el abuelo, ahí sentado en el banco?
- No lo sé, mi niña ¿Porqué no se lo preguntas? Le dice la madre
a la niña, de pelo rubio platino y ojos verdes como profundo mar.
- ¡Abu, abu! ¿Qué estás mirando tan fijamente? yo no veo nada . . .
- Mi niña, yo veo un rosal, cuyas rojas rosas aún me traen su olor a
mis recuerdos . . . estaba justo ahí, sí, ahí delante mío y a mi lado . . .
a mi lado -le dijo a su nieta sosteniéndole la mano y mirándola a los
ojos- alguien que tenía tus mismos ojos . . .
Y el rosal estaba ahí intacto, lleno de luz, con ese olor cálido que llena el aire. La realidad miente. Lo que es verdad está en los ojos del corazón. Feliz noche, querido Paco.
ResponderEliminarY tanto que era lindo el rosal...
ResponderEliminarUn abrazo.
Una gran ternura, Paco. Así son los ojos del abuelo cuando ya no ven, se deja guiar por el aroma de sus sentimientos.
ResponderEliminarUn abrazo.
Los vividos y bellos recuerdos es lo que nos queda a los abuelos y el placer de transmitirlos a los nietos.
ResponderEliminarSaludos
Divinidad la existencia de los abuelos. En ellos nos veremos, ellos en nosotros...se ven.
ResponderEliminarCuánta dulzura en este texto, Paco. Por el abuelo, claro.
ResponderEliminarMe siento muchas veces como ese abuelo que ve cosas que nadie contempla.
Un beso muy refuerte, amigo.