Miré a los ojos del moribundo
para tenderle la mano
y poder salvar
aquello que estaba perdido.
Toqué sus manos,
serpenteé en sus huesos,
rocé su angustia
y noté su miedo.
Oí a quien ya no estaba,
escuché su voz,
atendí sus súplicas
y nada pude hacer.
Olí el miedo al óbito,
olfateé a quien ya dormía
y nada me detuvo:
ya todo estaba perdido.
Gusté de la miel de vida
con sabor a mil flores,
se volvió infecta con el tiempo;
el mismo que nos condena.
Estremecedor, querido Paco, y más sabiendo en el hecho luctuoso en el que está inspirado.
ResponderEliminarUn grandísimo abrazo, amigo.
Gracias Isabel, espero que este estado se me pase pronto, no me gusta escribir así, y nadie mejor que tú lo sabe. Un fuerte abrazo y sigo con detenimiento tus éxitos, que son muchos y los hago míos también.
EliminarBuscaban los sentidos a los otros que hacía un momento habían abandonado...
ResponderEliminarUn abrazo.
Gracias amigo Rafael, nadie mejor que tú para extrañarte por esta entrada, pero así me salió y lo plasmé, las circunstancias del corazón mandan y la imposibilidad de ayuda hacia mi Padre y la impotencia hacen que salgan estas palabras. Gracias de corazón por tus palabras.
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