Casi manto cobrizo, sobre bucles revuelto,
cae sobre él desnudo; hombro en suertes ornado
es litigio de mí, de mi amor descubierto:
donde el rizo termina, donde empieza mi vértigo;
de ese valle el esclavo, de ese monte el bombero.
Dos luceros que avientan, me abanican el alma;
Dos faroles cetrinos que atormentan mi sueño;
atormentan mi juicio, atormentan mi sino.
Dos luceros que avientan, me abanican el alma;
Dos faroles cetrinos que atormentan mi sueño;
atormentan mi juicio, atormentan mi sino.
Buen comienzo.
ResponderEliminarUn abrazo.
Suenan muy bien estos alejandrinos enamorados, Paco.
ResponderEliminarMi enhorabuena.
Un abrazo.
Esos Luceros que son Pasión y, también, obsesión y tormenta...Precioso, Paco.
ResponderEliminarAbrazos.
Luceros que comienzan con temor y portan ternura.
ResponderEliminarBuen comienzo, Paco!!!
Cariños...
Hay un escorzo importante en esta poesía. No sé hacia adónde te llevará, pero de momento parece algo prometedor.
ResponderEliminarUn abrazo.
No voy a enjuiciar poesía, a estas alturas, cuando está demostrado que casi ninguno entendemos nada de esto. Pero sí comentaré que el giro conecta más con mi manera de entender la poesía. Por tanto, me alegro, y te animo a continuar por este sendero. Algo saldrá.
ResponderEliminarUn abrazo