Vuelvo a sentir el vértigo en mi estómago.
Tanto tiempo ausente
y mis dedos no han perdido agilidad,
mi mente se vuelca sin disimulo
a plasmar lo inevitable.
Vuelvo a casa, a la mía, a mis quehaceres.
Dentro, la limpieza intacta de los muebles,
el columpio que solía habitar
en busca de genialidades
sigue con su movimiento pendular.
Vuelvo con la libertad de querer
y la certeza de que soy yo:
el mismo que hizo todo lo que he logrado
pero con los hombros libres de carga
y el disimulo en la sonrisa
de que nunca estuve fuera
pero tampoco me quedé dentro.
Esa sensación, tan rara, de que todo es fácil
si te apeas en la próxima estación
dando largas a ese autobús
que, ni es de línea, ni tiene el destino
que había elegido para mí.
Por cierto, ya ni recuerdo dónde iba,
tendré que tejer una nueva línea
para ver dónde me lleva.
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