En el día a día,
la vorágine es ya una costumbre
para llegar a ninguna parte.
Las aceras se llenan de obstáculos,
bolos a derribar, que se cruzan en laberintos
no siempre bien definidos,
donde el espacio vital es ralo y falsario.
Sabemos adónde vamos
pero la meta es tan cambiante,
que al final,
solo la línea de partida puede ser recordada
como un punto de referencia primario.
Quitada ya la carga
de lo acumulado por el tiempo,
van desnudos los pies
que arrastraron las primeras comparsas.
Ahora,
la templanza es calma,
donde el paso del calvario y la meta,
aunque lejana,
ya va trazada en el camino;
un nexo de unión entre meta y destino.
Siempre me gusta ver tu continua voluntad literaria. Abrazos
ResponderEliminar¡Cuánto bueno por esta casa! Me alegro de tu visita; nadie mejor que tú para dar ese acicate que siempre me falta, aunque lo haga mal. Sabes que siempre me castigo con esta disciplina a la que tanto daño hago en sus reglas. Pero me divierto. Un fuerte abrazo.
EliminarEs como seguir esas huellas invisibles del camino.
ResponderEliminarUn abrazo.
Amigo Rafael. el camino es así, siempre lo sigues aunque realmente no lo hayas elegido. Huellas invisibles es la mejor definición, ahí están para seguirlas. Un fuerte abrazo.
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