Después de tantos años encerrado en mi habitación -demasiados quizás-. Hoy he decidido salir al mundo exterior. Despacio, abro la puerta y justo cuando lo hago descubro delante de mí un espejo. ¡Joder! estoy igual que hace veinte años, asustado, vuelvo a encerrarme. Una duda se instala inmediatamente en mí.
Intento apartar la idea que me asalta y me aferro a mi idiosincrasia, pero es tanta la curiosidad que me acerco al espejo y miro...
¡Dios! Es la palabra que sale de mis labios a la vista de lo que me ofrece el espejo: Un hombre maduro me mira con ojos de no entender -ni yo tampoco-. Será mejor que no vuelva a salir de mi habitación.
Muy bueno, Paco, muy bueno. Más o menos suele pasarnos así, vemos cómo nuestros similares van envejeciendo y nosotros seguimos creyéndonos casi adolescentes. ¡Por Dios, quién es ese del espejo!
ResponderEliminarUn abrazo.
A veces los reflejos hacen cosas parecidas.
ResponderEliminarUn abrazo.