Luis siempre quiso salir del pueblo, lo intentó muchas veces, tantas como días tiene su vida. ¿El problema?: No había caminos y sin caminos era imposible . . . Un día, se puso en los confines del pueblo y, sin mirar atrás, comenzó a andar, primero un paso, luego otro y así hasta que se hizo de noche, se refugió en una cueva y cuando amaneció la sorpresa fue total: ¡Estaba lloviendo!. Luis se puso a bailar y bailar hasta que cayó al suelo casi sin aliento.
Cuando se levantó cayó en la cuenta de que ya nunca podría volver al pueblo, sus huellas que eran el camino de vuelta se habían borrado. Vaya mierda, toda su vida intentando salir del pueblo y ahora no podía volver . . . ¿o sí?
Se sentó en un montículo muy alto, que hacía de atalaya y allí esperó diciéndose: "algún día alguien querrá salir del pueblo y hará camino con sus huellas . . . entonces volveré". No había terminado de pensarlo cuando notó una presencia detrás suya, se volvió y vio en una roca más alta a un anciano de barbas blancas mirando también al horizonte, este le sonrió diciéndole: "Debimos salir en verano"
Una sonrisa se escapa con las letras finales y una gran verdad en tus letras.
ResponderEliminarUn abrazo en la noche.
Una parabola muy bien hilada, querido Paco, y es que, como dice esa frase tan conocida, debemos tener mucho cuidado con lo que deseamos, no vaya a ser que se convierta en realidad.
ResponderEliminarUn beso enorme.
A veces cuesta trabajo decidirse y cuanto se hace hay que asumir las consecuencias, aunque siempre hay que dejar una pequeña puerta que te permita volver.
ResponderEliminarSaludos
Precioso relato, Paco. La indecisión es la que tiene al resto de paisanos encerrados y la maleza devora los caminos que dejan de usarse.
ResponderEliminarUn abrazo