Os dejo el relato que hice para un concurso, más parece el ensayo de una novela, pero que me hizo mucha ilusión escribirlo. Que lo disfrutéis.
Titulo de la obra: La Alternativa
Todo lo que conoce del mundo está entre los cuatro muros que delimitan la hacienda donde nació hace ya algunos años, pero no tantos como para que su horizonte se pierda en lontananza. Su nombre es Leo y carece de toda maldad. A fuerza de estar siempre en el mismo lugar sus ambiciones, sueños y metas solo están agazapadas en su mente a falta de que algo, o alguien, les dé un pequeño empujoncito para que se liberen y transformen una existencia plácida, por la ignorancia, en una vida mundana abierta al mundo exterior, ese mundo que no conoce aún pero que tanto tiene que ofrecer.
Leo es el nieto de los guardeses de la hacienda. Su madre Anabel tuvo la desgracia de salir guapa y lozana, como una rosa sin espinas recién cortada en el rocío de la mañana.
El amo de la hacienda era, por más que quisiera ocultarlo, mujeriego empedernido y salteador de alcobas a la luz de cualquier astro que pudiera guiar sus pasos, en pos de mozas en estado de merecer. Su madre le había advertido de los peligros del amo y, como buena madre, le sugirió mil y una formas de revocar cualquier situación mas, si estas no fuesen válidas, su meta sería no estar abajo sino arriba por eso de que era menos probable que quedase encinta.
Anabel sucumbió a los asedios del amo, bien por aquello de no hacer el feo, según decían algunos, o bien porque la chica había salido un poco ligera de cascos y gustos algo refinados que bien le costaron sus cuartos al amo; cosa que no estaba bien vista en la hacienda. Anabel yació de esas mismas mil maneras que tenía que evitar y en ambas posturas por lo que lo que Leo vino al mundo un 28 de diciembre como una broma de mal gusto o simple coincidencia, solo dios sabe el porqué.
Después de dar a luz, Anabel marchó a servir a la ciudad por aquello de cambiar de aires o más bien por calmar los ánimos de la señora que se barruntaba que el niño bastardo era muy parecido a su propio hijo y eso la sacaba de quicio.
Anabel fue despedida de varias casas de servicio donde tuvo que soportar el hostigamiento de otros tantos amos. La madre de Leo terminó haciendo la carrera sin estudiar y su final no se hizo de esperar.
Leo quedó a cargo de los abuelos en la hacienda donde era tan feliz como ignorante de la vida que hay más allá de esos muros que, de momento, nunca había sentido como una jaula construida para cortar los vuelos de alguien que estaba destinado a ser lo que él quisiera por muy altos que esos muros fuesen.
Pasaron los años y Leo se hizo muy querido entre los de la hacienda pues era muy servicial y ayudaba a todo el mundo, pero lo que más le gustaba era apoyar el respaldo de la silla contra la pared y recostarse para mirar al cielo jugando con las nubes pero siempre dentro de esas cuatro paredes.
Una tarde apareció una nube, blanca como el algodón de azúcar y Leo se fue con ella como la juventud se va con los años.
El abuelo le dio un poco de dinero, su abuela un beso en la frente y así lo dejaron marchar porque las cosas había que tomarlas tal y como venían. La marcha de Leo estaba escrita en el cielo con letras hechas de nube esa misma que sus abuelos sabían que se lo llevaría.
Leo anduvo por tierras y mares en busca de aventuras que vivir y se cansó de ellas así volvió a montarse en su nube hacia su siguiente destino: tenía que hacerse un hombre de provecho y para eso tenía que estudiar.
Empezó a trabajar en una imprenta, por las noches se puso a estudiar y en sus ratos libres ayudaba a la gente, fuera lo que fuese que necesitaran. Su jefe le dijo que así no llegaría a ser nada en la vida; pues si ayudaba a la gente con su dinero nunca tendría lo bastante como para salir adelante. Leo reflexionó sobre las palabras de su jefe que le había cogido mucha estima pero lejos de tomar buena nota del consejo siguió haciendo lo que su corazón le dictaba.
El destino es caprichoso y los designios de dios solo Él alcanza a su comprensión. Leo ayudó a un hombre que estaba llorando en la puerta del banco pues lo habían sacado a rastras porque iba a perder su hacienda. Leo lo consoló, le trajo un vaso de agua y el hombre entre suspiro y queja le contó su historia.
El hombre le contó que al día siguiente iban a ejecutar, si nadie lo impedía, el embargo de sus Haciendas por impago de un préstamo que había tenido que pedir tiempo atrás. La culpa era suya pues era un mal hombre, mujeriego, bebedor, jugador y tenía todos los vicios imputables de cintura para abajo. Su mujer le había abandonado llevándose a su hijo para hundir más aún, si cabe, su poca autoestima.
Leo miró a los ojos al pobre hombre y se vio reflejado de alguna manera en ellos. Al principio se incomodó sin saber el porqué pero cuando el pobre diablo le dijo el nombre de la hacienda cayó en la cuenta. Un miedo que nunca antes había sentido inundó su corazón. El terror le sobrevino casi sin querer pensando en el destino de sus abuelos y de toda la gente que vivía en la hacienda y que habían sido tan buenos con él. Su cabeza volvió de nuevo al lugar de su infancia donde había sido tan feliz y supo que tenía que hacer algo.
Entró en el banco con su padre(aunque él no lo sabía) del brazo y pidió ver al director. Estaba en tercero de derecho y tenía los conocimientos suficientes para meterle el miedo en el cuerpo al pobre director qué, cogido por sorpresa, no tuvo más remedio que alargar el plazo de ejecución del embargo tres meses.
Leo llevó a su padre a un notario donde le reconoció como socio y apoderado de sus haberes , le dio poderes para administrar todos sus bienes y a cambio Leo lo dejaría vivir en la hacienda hasta el fin de sus días como si fuese el dueño, prometiendo a Leo que nunca volvería a las andadas.
En el primer corte de la temporada del melocotón, Leo recogió el suficiente dinero como para pagar la deuda que tenía hasta el momento con el banco, que no el total del crédito que debía y, además, dejó la cuenta con la suficiente holgura como para seguir sin problemas.
Leo descubrió entonces que el amo era su padre, alertado por los abuelos, y que tenía más de una hacienda, además de varios negocios que bien llevados terminaron por hacerle rico.
Leo terminó sus estudios y entonces fue a las haciendas en busca de hijos bastardos pues imaginaba que el no había sido el único. Encontró no menos de uno por hacienda y les dejó la administración de la misma a ellos. Contrató un bufete de abogados y entonces buscó a su hermanastro, el hijo legítimo del amo, al que entregó la administración de los negocios fuera de la hacienda. Leo se quedó con la administración de todo el holding empresarial.
Leo había ayudado a los demás y se sentía bien, su padre había cumplido y ahora era un hombre respetado por todos ya que nadie sabía la verdad de lo que había ocurrido.
La nube blanca como el algodón de azúcar devolvió entonces a Leo a la hacienda donde había pasado su infancia y donde sus abuelos lo recibieron con todo el cariño del mundo.
Leo se pasaba el tiempo sentado en la misma silla que apoyada en la pared le llevaba por todo el mundo persiguiendo esas nubes que pasaban por encima de su cabeza y en sus ratos libres ayudaba a la gente.
Que las abuelas son seres mágicos que todo lo saben es algo que nadie pone en duda, al igual que una cata a ciegas de su comida: siempre te gustará. Un día la abuela llevaba una limonada a Leo y le preguntó mirándole a los ojos porqué había vuelto para vivir como antes si ahora era rico, tenía estudios y podía darse cualquier lujo que quisiera. Leo miró a su abuela con una sonrisa y una mueca de extrañeza en su cara pues no tenía ni idea de como se había enterado de todo.
— Antes no tenía elección pues este era el único mundo que conocía. He conocido otras formas de vivir, los brazos de una mujer y todo cuanto se puede hacer con dinero pero es mi elección y esto es lo que me gusta, esta es mi elección.
Leo sonrió mientras miraba las nubes pasar. La abuela le revolvió el pelo en señal de aprobación a la vez que le daba un beso en la frente como acostumbraba a hacer.
Leo cerró sus ojos mientras las nubes pasaban de largo; quizás, solo quizás, porque temía que una nube blanca como el algodón de azúcar se lo llevara lejos, muy lejos...
Julio de 2021
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