Y los hombres quisieron ser imagen y semejanza del creador. Algunos adoptaron la parte mágica, la bondad del ser divino que, solo por serlo, se alza en pos de la perfección de un alma inmaculada pasando por la vida como un asceta de piel limpia y actos inmaculados. Otros abrazaron la lujuria, los deseos banales en el paso por una tierra que dejaron baldía; pues nada llevaban en la maleta al nacer, nada acumularon en su devenir y vacía terminó sobre la tierra yerma que sirvió para su entierro. Los demás solo trabajaron, vivieron como pudieron, dejaron su legado y, por último, se fueron como vinieron: sin dejar rastro de su paso.
Solo unos cuantos se metieron en los ojos de su Dios, que incapaz de sacarlos de su vista, las lágrimas reflejas intentan paliar el dolor que produce el error de una creación fallida.
Las lágrimas reflejas de un Dios al que se le ha metido en el ojo un mosquito que le hará llorar más que nadie en este bonito mundo al que solo quiere destruir.
Nunca antes la política y, por ende, los mandatarios habían tenido tanto poder y eso precisamente es lo que me da miedo.
Es hora de empezar a cambiar nuestra forma de pensar, vivir y, sobre todo, consentir. El camino que hemos seguido hasta ahora tiene un final y no es precisamente bueno.
Se lo debemos a las futuras generaciones, nosotros hemos vivido una etapa que se me antoja como la mejor de todas cuantas se han desplegado en esta tierra que nos alberga; pero hemos descuidado lo esencial: salvaguardarnos del mal.
Creemos que el mal es un invento para los cuentos de medianoche y no es así: el mal existe, tiene cara y nombre. Y siempre ha sido así, solo que no hemos querido verlo hasta que ha sido demasiado tarde....